martes, 25 de julio de 2017

La lengua de las palomas

Un cuento No-Premiado, pero que me gusta mucho.
Corría el año 2015 y para el concurso Premio Itaú Cuento Digital 2015 escribí el siguiente cuento. El disparador de la idea fue el cuento Como el Rayo de Enrique Decarli, un escritor amigo.



La lengua de las palomas


La Gorda Chachi le señala un corte en el labio inferior y le pregunta si se lo hizo él. Juana niega con la cabeza y se acaricia la herida. Está tan acostumbrada a los golpes del Tristán que ya no llora cuando le toca contarlos. Le explica que “éste”, y se toca la boca, fue de su marido. Su prima le pregunta cómo fue. “¿Lo del Tristán?” “No, lo del Espíritu Santo”. Y entonces la Juana cuenta todo. Que al Tristán se le fundió el motor de la chata, que volvió cabreado, que arreglar eso sale un huevo, que no van a tener con qué hacer las changas, que se van a quedar sin guita, y que apenas llegó a la casa la puteó como si ella le hubiera estropeado la camioneta, que después se tomó unos vinos, que la curda lo puso pesado, que la quiso forzar a tener sexo, y que cuando ella accedió el Tristán estaba tan tomado que no se le despertaba el paquete, y se enojó, se puso como loco, la fajó de lo lindo, la culpaba por ser tan flaca, que no tenía curvas, que ningún hombre se podía excitar con ella por ser tan descarnada, y ahí se puso como una bestia y se ensañó en los golpes, y cuando se cansó de pegarle le pidió que se fuera de la casa, que era tan flaca que ni para calentar la cama servía. Y fue entonces, mientras ella atravesaba el descampado en la total oscuridad de la noche para ver si la Gorda Chachi la podía alojar por esa noche, porque mañana el Tristán como siempre no recordaría que la había echado, fue justo ahí que detrás de los yuyales, justo enfrente del monolito de ese santo al que los vecinos le dejan botellas y cintitas rojas, que apareció él. Al escuchar el sonido de los yuyos pisoteados en el silencio nocturno se asustó. Pero cuando la silueta oscura de quien salió de allí caminó tranquila hasta ella, y la abrazó suave y cariñosamente, al olerlo supo quién era. Sabía que era él, el Espíritu Santo. Las mujeres de la villa a las que se les había aparecido lo habían descrito así, alto, morrudo, y con un insoportable olor a bosta de paloma, como el de una plaza al atardecer. Contó que el aparecido la abrazó con una ternura desconocida en su vida, y que adivinó lo que pasaría. Por la emoción de sentirse elegida para la obra de un ser superior, y porque en su cabeza se mezclaban los malos tratos del Tristán y el amor infinito de Dios, la Juana empezó primero a sollozar para luego soltar un llanto desinhibido. El hombre de la oscuridad ruaba, como las palomas, porque él debía ser mitad hombre mitad paloma, eso le habían contado hacía veinte años en una parroquia de Corrientes donde tomó la comunión. También le acariciaba el pelo y se lo olía, y eso a ella le gustaba, porque ella se lo lavaba una vez a la semana con manzanilla para que le quedara lindo, brilloso y más claro, y le gustaba porque él sí se fijaba en ese detalle, no como el Tristán que le daba lo mismo lo que ella se hiciera. Al cabo de unos minutos, cuando ella se hubo tranquilizado y su mente puesto en blanco, él le besó el labio lastimado, como ese santo del que le habían contado en catecismo que lamía las heridas de los leprosos. La tomó de la mano y la condujo hasta los yuyales. Allí la desvistió despacio y con torpeza, y le hizo el amor. Y en esto la Juana es contundente, “me hizo el amor”, dice, porque fue muy suave y dulce, nada que ver cómo se lo hace el Tristán o los cuatro tipos con los que había estado antes de conocer a su marido.
“¿Y ahora?” Pregunta su prima mientras cuela la tetera y sirve dos tazas de mate cocido. “Y ahora a esperar nueve meses”, contesta la Juana y se toca la barriga con la certeza de que ha sido bendecida con el milagro de la vida en su interior. Cuando la Gorda Chachi le alcanza la taza le pregunta si no tiene miedo de que el niño venga como los otros tres hijos del Espíritu Santo que ya nacieron en la villa, y con un eco de maldad y envidia le recuerda que con ella ya serían nueve las que la paloma bendijo por allí. “No”, le dice segura. “El niño de la Asunción salió tonto porque el marido se dio cuenta que ese bombo no era obra de él y la fajó durante todo el embarazo; la Isabel no se cuidó, comía mal, seguía chupando y no dejó el pucho y ahí tenés, pobre criatura; y el bebé de la Yiya, qué más querés, si todos saben que a ella le faltan algunos caramelos, lo del hijito de la Yiya es pura herencia materna”.
La Juana le da un trago largo a su taza y se tira en el colchón del piso, acomoda la almohada y se tapa con la colcha que su prima ya le tiene asignada para cada vez que el Tristán la raja de casa. La Juana cierra los ojos y dice “hasta mañana”.

* * *
Cuando los dos viejitos se levantan y se marchan, el opa sale de detrás del árbol y se tira de panza al suelo a recoger las miguitas. Ninguna paloma se espanta al verlo aterrizar. Come algunas y guarda las que puede en los bolsillos. Las palomas son buenas, comparten su alimento, no como las personas, que no convidan, y para poder comer tiene que hurgar los tachos de basura o revolver el arenero de la plaza en busca de alguna golosina que se le haya caído a un niño. “Además hablar con las palomas es fácil, las personas ¡tienen tantas palabras!”
Cuando empieza a oscurecer cruza la autopista por el puente. No baja por las escaleras, es más divertido hacerlo saltando de piedra en piedra por el barranco. Se esconde entre los altos yuyos. Tal vez esta noche pase una persona-mujer, ellas son tan buenas como las palomas y huelen rico, y si tiene suerte quizá juegue con él y le haga cosquillas en su cosita.






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