sábado, 22 de julio de 2017

Vamos a ver (Adelanto Historias e histerias sobre cabellos más fuertes que yuntas de bueyes)

Es febrero en el Camping Universitario de La Florida.  Los pibes disfrutan del agua y del calor sin prestarle atención a dos gorditos que descansan a la sombra de un sauce. Sí, adivinaron: los gorditos somos mi esposa y yo, ella embarazada de ocho meses y mi panza por solidaridad con ella. Mi señora duerme y yo leo los Cuentos Completos de Alberto Laiseca. Cerca nuestro hay una pareja de jóvenes. Calculo que no tendrán más de 16 años. Él, muy acaramelado, ella, fría como un tempano, como si las demostraciones de cariño le molestaran. Me identifico con él. Alguna vez tuve su edad y espanté a unas cuantas pibas por exceso de cariño. Tengo ganas de hablar con él, aconsejarlo, de decirle que si fuera un poco más frío otra sería la historia con su novia. Al fin caigo en lo ridículo de lo que estoy pensando, y comprendo que esas cosas se aprenden solo.


Es de noche. Por el embarazo no puedo fumar en la cabaña. Salgo a dar un paseo, caminata que aprovecho para bajar la comida. Todo el camping está oscuro, apenas se puede ver más allá de la propia nariz. Me arrimo a una bahía y noto como el contorno de dos siluetas jóvenes se dan placer contra la corteza de un árbol. No puedo con las ganas de ser malo. En silencio me arrimo hasta ellos y de golpe prendo un cigarrillo, tratando de que el chispazo del encendedor los ilumine. Les miro la cara con malicia. Los reconozco, ella es la chica que vi esa misma tarde, pero él no es el pibe, sino que es el bañero. Hago como que no los vi y me alejo rumbo a mi cabaña.


Cuando mi señora se acuesta tomo mi cuaderno y trato de hacer justicia, de vengarme, porque la chica no sólo traicionó a su novio, sino que también al gordito que esa tarde se sintió identificado con él.



Las fotos pertenecen al cuaderno donde se escribió el original.


Vamos a ver


Franco les contó al Pancho y al Fede de que en la parada del cole, cuando se iba para la facu, siempre veía a una minita que lo volvía loco, de que no sabía cómo se llamaba, de lo linda que le quedaba esa campera de jean que nunca se sacaba y su pelo negro siempre revuelto; de que ella lo había descubierto un par de veces mirándola y que le había sonreído para luego volver a ignorarlo. El Fede le dijo que la mina seguro quería pija, y el Pancho agregó que a todas las minas les gusta histeriquear, que te sonríen y te ignoran, pero en el fondo te están diciendo cómo me gustaría que me la metas por el culo.
Otro día les contó que una tarde se animó a hablarle, de que le dijo cualquier cosa, de que el cielo estaba feo, de que en cualquier momento se largaba y que para colmo el colectivo no aparecía. Y que ella le había dicho que a ella le gustaba la lluvia, y que él le mintió que a él también. Que le preguntó el nombre y que ella le dijo que se llamaba Cecilia, y que él le dijo que era Franco, y que ella le comentó que ese era un lindo nombre. La mina está con vos, le dijeron sus amigos a coro. Animátele y te la empomás, lo animó el Pancho, y el Fede le dijo que tampoco era para tanto, que si la mina se llamaba así, que si tenía nombre de santa, la iba a tener medio difícil, que todas las minas con nombre de santas que él conocía eran santurronas y que iba a estar un rato largo haciéndose la paja.
Franco les contó al Pancho y al Fede de que en muchos viajes charlaron de cualquier cosa, de que ella era misteriosa, misteriosa pero simpática, que siempre tenía la palabra exacta para todo. Les contó que un día la invitó al cine y que ella primero se hizo rogar, pero que después terminó aceptando, y que fueron a ver Titanic, y les reveló que en la parte en que Di Caprio se ahogaba, ella le tomó la cara entre sus manos suaves y le comió la boca de un beso, un beso con lengua, de que la lengua le hizo cosquillas en el paladar. ¿Se muere Di Caprio? Preguntó el Pancho, y agregó que hubiera pagado por verles las caras a las minas en ese momento, y el Fede, cagándose de risa, le dijo que no iba a poder, que para vérselas iba a tener que prender la luz, y que si prendía la luz en el cine lo iban a moler a palos.
Les había contado que los domingos iban a pasear al parque y que a Cecilia le gustaba que él fuera estudiante, que le había dicho que era mejor que estudiara, que sólo así iba a poder trabajar de lo que le gustaba. Les contó que le había regalado una cadenita con una medalla que decía: Ceci y Franco for ever. Les había contado que una noche ella le escoltó su mano hasta una teta mientras que ella hurgaba en su bragueta, y que después de una acalorada ola de caricias lo llevó hasta la entrada de una casa que decía venderse, que ella se subió la falda y que así nomás hicieron el amor. Les contó que ahí mismo, tendido tras un arbusto que los protegía de la calle, que él le confesó que la amaba y de cómo le dolió el silencio de Cecilia. Las minas son así, le explicaron, dicen que los tipos somos insensibles, pero cuando desnudamos el corazón son ellas las que se ponen en duras, no te hagás los rulos por eso.
Les contó que le había pedido conocer a sus padres y que ella le había dicho que se llevaba muy mal con ellos, que no quería que supieran qué hacía ni qué dejaba de hacer. Él le había querido presentar a los suyos, pero Cecilia argumentó que no era justo, que si él no podía conocer a los de ella, ella no tenía ningún derecho a hacer lo mismo con los de él. Los muchachos se miraron y después lo miraron a él, y Franco les preguntó que qué, que qué significaba esa mirada y ese silencio, y el Fede le dijo que por las dudas no se hiciera muchas ilusiones con esa mina, y aunque no les contestó, sintió esa advertencia como una puñalada a traición.
Les contó que la última vez le había dicho a Cecilia que si bien hacía poco que la conocía, él sentía que no podía vivir sin ella, y que quería que se fueran a vivir juntos, que alquilarían un departamento, que tenía un dinero ahorrado, que con eso pagarían los primeros meses, que le quedaban pocas materias, que en cualquier momento empezaría a ganar plata con lo suyo y que en unos años, si todo salía bien, podrían comprarse una casa, y que ella con lágrimas en los ojos le contestó que ya vamos a ver; y que esa fue la última vez que la vio, nunca más le atendió los llamados, que tampoco se la volvió a cruzar en la parada de colectivos, y que para colmo, con eso de respetarle su espacio, nunca supo dónde vivía, para así, por lo menos, verle la cara y que ella le dijera qué había hecho mal. Y les contó que estaba muy triste, hecho mierda les dijo, que estaba hecho mierda. El Pancho le dijo que no existía una sola mina en el mundo por la que valiera la pena sufrir, y el Fede dijo que apenas se cogiera a otra se olvidaba de Cecilia, y que si él quería, ellos conocían una pendeja divina que los viernes a la noche en el parque la chupaba por quince pesos. Franco les contestó que no, que hasta que no hablara con Cecilia él seguía oficialmente de novio, y el Pancho agregó entre risa que tenés que ver como la chupa, que no la chupa, sino que te la envuelve con la lengua.
Franco les contó a sus amigos que estos últimos tres meses han sido una tortura, que no tiene fuerzas para estudiar, que lo único que hace es lamentarse por Cecilia. El Fede le dijo que no fuera pelotudo, que llevaba más tiempo llorando por la mina que el tiempo que estuvo a su lado. Y el Pancho le insistió que se animara a estar con otra, una aunque fuera para desagotar el tanque, y le recordó de la minita del parque. Cada día la chupa mejor, comentó el Fede, qué cosa rica. Franco les dijo que simplemente ellos no entendían nada, que eran dos animales.


A lo lejos, apartados de la luz del farol el Fede negociaba con la tan famosa minita de los quince pesos. Franco le contó al Pancho que estaba convencido de que a Cecilia le había pasado algo, un accidente tal vez, y le argumentó su teoría, sino era imposible que a ella se la hubiera tragado la tierra, y de cómo se iba a enterar él, cómo le iban a avisar, si la familia de ella desconocía su existencia. Pero si ella estaba muerta, fugada del país, o internada en un manicomio, él no podía seguir perdiendo el tiempo y que la vida debía continuar, después de todo le quedaban rendir sólo tres exámenes y que estar con una loca no sólo no era el fin del mundo, sino que incluso era algo necesario; y el Pancho le contestó que muy bien campeón, muy bien campeón mientras le palmeaba la espalda en un gesto que significaba yo soy tu amigo, tu dolor es mi dolor, no me gusta verte triste y vas a ver que después de que te atienda la minita te sentís mejor, vas a ver qué lindo que la chupa. El Fede llegó con la pendeja y Franco pensó que era realmente hermosa, una de esas minas que de tan bellas no deberían ser putas. La miró fijo a los ojos, le entregó sus quince pesos y bajándose la bragueta le dijo tomá, chupá, puta. Lo que Franco jamás les contaría ni al Pancho ni al Fede, es que esa que estaba ahí abajo, mientras se la chupaba, estaba lagrimeando como esa vez que se fue diciéndole que ya vamos a ver. 



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