sábado, 12 de agosto de 2017

¿Quién no pateó alguna vez un velador?

Hace poquito Facebook me recordó que se cumplía un aniversario un aniversario desde que este cuento saliera publicado en el sitio del taller al que concurría.
Surgió de la simple consigna de escribir a partir del título.


¿Quién no pateó alguna vez un velador?



—¿Quién no pateó alguna vez un velador? Porque patear la mesita de luz es posible: al bajarte de la cama el pie está más cerca y si todavía estás dormido… ¡Pum! Te terminás de despertar con ese fuego que te sube por el dedo chiquito hasta la rodilla. Pero hay que patear un velador… y aunque parezca raro es más común de lo que pensás. Y no es que el velador esté en el suelo cuando te levantás, ni que lo agarrés a patadas en un brote de furia, no, nada de eso, el velador está sobre la mesa de luz.

—¿En serio nuca pateaste un velador? Doler, duele igual que la pata de la mesa de luz, sólo que la mesa no se rompe y el velador sí.

—Mirá, mirá como tengo hinchado el dedito, ese me lo hice pelota hace tres días con el velador. El traumatólogo dice que es un esguince, que tome los antiinflamatorios y en una semana se me pasa. Hace seis meses pateé un velador por primera vez, uno lindo, uno de cerámica que me había regalado mi hermana cuando me compré la casa. Me había acostado y tuve un sueño lindo, no me acuerdo que soñé, pero sé que había sido lindo, y como era sábado no puse el despertador, o sea, que me levanté solo y a la hora que quise. Traté de remolonear un rato más, pero cuando me di vuelta noté que había algo raro en la cama, como si las sábanas estuvieran más livianas. Más tarde decidí levantarme y preparar unos mates, y cuando quise bajar de la cama… ¡Pum! Con el dedo chiquito hice mierda el velador. Después de putear en todas las lenguas posibles, incluido el arameo antiguo, me di cuenta de que el velador no estaba en el piso, mejor dicho, ahora sí estaba, pero cuando yo lo pateé estaba en la mesa de luz… lo que no andaba bien era yo, que estaba flotando a unos cincuenta centímetros del piso.

—Y… como asustarme no, pero sí me sorprendí. Después de experimentar esta levitación dando vueltas en la habitación, y no es que me desplazara nadando en el aire como sale en las películas, nada de eso, yo caminaba, sólo que en lugar de pisar el suelo, pisaba el aire. Como te decía, después de unas vueltas me fui a la cocina a preparar el mate. El problema fue que las cosas del mate las guardaba en la alacena de abajo, y por mucho que intentara no lograba descender para alcanzarlas, así que tuve que arreglármelas con la cafetera eléctrica que estaba sobre la mesada. Al segundo café ya había aterrizado.

—Pero mirá si seré pavote, que el próximo velador que compré era uno de bronce.

—Sí, ese que está ahí. Ese no se rompe, pero tu pie sí.

—¡No! Esa no fue la única vez, esa fue la primera, me pasa siempre, y aún así sigo pateándolo… Imaginate, tengo mecanizado que durante cuarenta años me levanté y pisé el piso, y desde hace un par de meses piso el aire, me acuesto pisando donde la gravedad me indica y me levanto flotando. Siempre a los veinte o veinticinco minutos ya aterrizo, el asunto es cuando tengo que salir apurado de casa. En auto no puedo ir, no llego a los pedales. Así que me tomo un taxi, los tipos ponen mala cara, pero me llevan sentado en el techo. Por eso te digo. ¿Quién no pateó alguna vez un velador?

—¿Ah no? ¿Y levantarte flotando?


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