miércoles, 22 de noviembre de 2017

El Cirujano

Por lo general soy de guardarme los textos que más me gustan, por celo o previendo futuros libros, y sólo muestro en el blog lo que posiblemente nunca publicaré.
Pero en este caso, y sobre todo teniendo en cuenta que no soy un escritor de temática futbolera, mostraré este cuento que posiblemente publique el año que viene como fanzine de un solo texto.
Imaginé este cuento a finales del 2013. Hay mucha literatura dedicada a habilidosos jugadores, pero poca para los rústicos zagueros que dejan el alma tratando de cortar el avance de los ídolos de las hinchadas, esos jugadores que no han tenido jamás un partido homenaje. Los borradores que fui armando durante varios años fueron quedando en cuadernos que por uso quedaron sepultados en el fondo a algún cajón. Hace poco, haciendo limpieza general, encontré el intento de biografía de El Cirujano y la completé.

Dedicado al bravo defensor de ficción Timor Molnar, que se encargó de lesionar a los mejores jugadores del FIFA 2006 con los cuales los muchachos pretendían ganarme.

Tapa tentativa del Fanzine


El Cirujano


Aquel sería su último partido con la camiseta de Defe. Oscar Vicente “El Cirujano” Molnar tenía 42 años. Hoy todavía era un rústico zaguero central idolatrado por las hinchadas de casi todos los equipos de la ciudad, y desde mañana lunes vendedor de quiniela en la agencia de su suegro.
Veinticuatro años de carrera, más de 400 partidos con los colores de Defensores, una docena para el combinado de estrellas de la provincia, ningún gol oficial, 41 tarjetas rojas, más de 200 lesionados —18 de ellos de gravedad—, y apenas un subcampeonato. Durante su reinado, se reglamentó el uso de canilleras en la liga local. Muchos le atribuyen también la obligatoriedad de ambulancias en la puerta de los estadios.
Desde hacía ya dos años Molnar no tenía velocidad para alcanzar a ningún delantero, no quitaba ninguna pelota ni mucho menos anticipaba a los rivales. Sus aportes futbolísticos consistían en escarmentar a patadas a los rivales durante las pelotas paradas, y si no aprendían e insistían en gambetear, tirar un caño, o pisarla, directamente los trompeaba impunemente delante de los árbitros, que sólo lo sancionaban si veían sangre. Seguía como titular porque era una celebridad de la liga, cuando él no jugaba apenas si a la cancha iban los familiares de los jugadores.
Era la última fecha. Defensores reposaba tranquilo en mitad de tabla y se enfrentaba a Universitario, segundo en el campeonato. El torneo estaba definido hacía 3 fechas; Estudiantes, con puntaje perfecto, se había quedado la corona de campeón. El estadio estaba a tope. Ambas hinchadas habían llenado los tablones para despedir a sus ídolos. Los de Defensores al Cirujano Molnar, y los del Uni al Tanque Lucero, que a fuerza de ser goleador durante los últimos torneos acababa de ser vendido por una cifra récord al fútbol mexicano. En la primera ronda el Tanque les había metido tres goles, los tres de penal, los tres por faltas de él. Obvio, las hinchadas esperaban que sus ídolos se despidieran haciendo lo que mejor hacían.
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No es que el pibe haya tenido condiciones innatas para el deporte. Su arribo al club a los 13 años se debió a una serie de coincidencias, pero la principal fue el comentario de su primo: no sabés las minas que van al gimnasio del club. Pagó unos meses de pesas, pero las bellezas que le habían prometido escaseaban. Una tarde, saliendo del gimnasio, en la canchita de futbol lo reconoció al Cholo, un pibe de su edad que era hijo del almacenero del barrio. Se saludaron, le comentó que faltaba uno para completar el picadito, que si quería jugar, y ya nunca más dejó de hacerlo. Físicamente era lento, tosco y con poco control de pelota; pero era constante, jamás faltaba a ninguna práctica, virtud que era bien vista por los técnicos de juveniles, que pensaban que si el chico no llegaba a jugar en la primera, sería bueno que siguiera vinculado al club entrenando a niños.
Terminaba el campeonato del 87, y Defensores había hecho una de las peores campañas de su historia. Pasaron varios entrenadores que por malos rendimientos habían ido desvinculando a varios jugadores de la primera. De a poco los juveniles empezaban a ganar minutos con el primer plantel pero sin conseguir resultados. Defensores llegó a la última fecha con posibilidades de permanencia. Sólo necesitaba un empate. Para el encuentro el técnico de turno paró un equipo con seis defensores, más dos refuerzos juveniles en el banco. Uno de ellos era el pibe Molnar.
Esa noche durmió tranquilo. No tenía ninguna esperanza de jugar. Pensaba que, o bien el cerrojo defensivo resultaba eficiente y no haría falta un defensor más, o la falta de creadores le daba la tenencia al rival, que en caso de meter un gol el técnico tendría que sacar defensores para poner delanteros.
Iban 30 del segundo tiempo. Huracán, que ya había hecho todos los cambios, los estaba bailando. Pero el partido seguía en pardas. El arquero tenía las manos en carne viva y los palos suplicaban clemencia de tanto pelotazo que les habían dado. Sin que siquiera hubiera calentado, el técnico lo chifló y le explicó que entraría por un delantero para defender el córner. No se ponga nervioso, lo tranquilizó, cualquier pelota que pase cerca suyo… ¡Pum, para arriba! Y le dio una estampita de la Virgen que guardó en la manga de una media. Sin haber tocado una pelota el pibe, Oscar Vicente Molnar, empezaba a escribir su nombre en las páginas de la historia de Defensores y a convertirse en héroe. En el tiro de esquina calculó mal el rechazo, en el salto cabeceó la nuca de un rival y en la caída aplastó la pierna crujiente de una camiseta blanca. En su primera jugada ya tenía un knock-out y una rotura de tibia y peroné. Con dos hombres más, 15 minutos le alcanzó a Defensores para ganarlo por 3 goles.
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A los 15 del primer tiempo en la puerta del área grande, cuando ya los zagueros estaban vencidos, el 5 de Universitario recuperó la pelota tirándose al piso..Desde el suelo se la pasó rápido al rubio que jugaba de 8, que avanzó unos metros y de emboquillada se la tiró al Tanque que esperaba, ya lanzado en velocidad, en el círculo central. Pasó entre dos defensores y avanzó veinticinco metros. En la puerta del área lo esperaba El Cirujano, que sabiendo que a esa velocidad no tenía chance de robarle la pelota ni de acertarle una patada, acompañó el ángulo de su avance esperando chocarlo. Lucero era más pesado que el defensor, el topetazo apenas lo desestabilizó, haciéndolo rebotar unos centímetros. Retomó el control, la tiró larga esquivando el cuerpo de Molnar que estaba caído y que con las manos intentaba arrancarle la pelota, y en el acto sacó un tiro cruzado que se estrelló en el poste izquierdo. Bajó el Uuuhhh desde los tablones del Uni. El ídolo de Defe miró a su hinchada y les hizo la seña de que faltaba poco, que con algunos golpes más terminaba de cocinar al delantero rival, y éstos lo aplaudieron.
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No fue hasta mitad del campeonato siguiente que empezó a afianzarse en el equipo; cuando una apendicitis dejó fuera por 6 meses a uno de los zagueros titulares, y malas actuaciones de la defensa y varias suspensiones, le permitieron incursionar como titular nada menos que contra Atlético Ferroviario, el clásico rival, y que contaba en sus filas con el Nuno Mendoza, el único jugador nacido en la provincia que había llegado a jugar en equipos del ascenso de Italia y Alemania. Ese veterano sabía cómo debían jugarse los clásicos, y cómo hacer delirar a la hinchada propia y provocar a la ajena.
Durante el partido la mostraba, tiraba caños y sombreros; todas jugadas inútiles en la mitad de la cancha, pero que a fuerza de fules y tiros libres servían para que Ferroviario los fuera arrinconando. A los 10 del segundo tiempo el Nuno quiso lucirse a costa del pobre pibe rival que usaba las 6 en la espalda. Llegó hasta la puerta del área grande, la pisó, esperó a que Molnar saliera y le revoleó un sombrero por arriba. Lo que no esperaba el 9, fue que el zaguero, en una pirueta desesperada por alcanzar la pelota en lo alto, midiera mal la trayectoria de su pierna y con los tapones le arrancará tres dientes de cuajo. Roja directa. Los jugadores de Defe se tuvieron que esmerar para aguantar el cero en su arco.
El lunes apareció en la puerta del estadio un trapo pintado con aerosol que rezaba: en la cancha de Defe no se jode. Molnar sos más grande que Perón.
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A los 33 de la primera mitad, el arquero de Universitario descolgó un tiro de esquina. Se tomó apenas un segundo para ubicar a sus compañeros, y lo vio al Tanque Lucero que en la puerta del área grande volvía de cubrir el primer palo. Se la tiró a la medialuna del área. Tratando de esquivar marcas, el delantero se escapó hacia la banda izquierda. Al notar que ningún rival lo perseguía empezó a correr libre, ya lanzado en velocidad cobró la potencia de una locomotora. Recién encontró oposición a la salida del círculo central donde lo esperaba Molnar agazapado para tirarle una patada voladora. Al notar que la humanidad del zaguero volaba hacia él, con un movimiento de cintura digno de Nicolino Locche alcanzó a esquivarlo. El Cirujano, en su caída, pudo tirar el manotazo y aferrarse a la camiseta del delantero, que ya retomaba su carrera a toda potencia. Lo arrastró en velocidad hasta el área chica, donde una rápida salida del arquero le impidió tirar a gol. La hinchada de Defe celebró esa camiseta desgarrada como si se tratara de un tanto.
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Aunque en la Federación no hay registros estadísticos de que Molnar haya alguna vez anotado un gol, en los tablones de Defe todos comentan que sí, que sí metió uno y que éste no figura en los registros por las circunstancias del partido donde sucedió.
Muchos dicen que se trató de un gol de cabeza. Defensores perdía 1 a 0 en la cancha de Ferroviario por la liga local, y en la última pelota del partido el 10 tiró un córner con comba que pasó a todos, y por atrás apareció el ídolo que con un frentazo decretó el empate. Si pocos hablan del gol es por lo que sucedió después. Los jugadores rivales no se bancaron el festejo y se le fueron todos encima para increparlo. Se armó terrible piñadera. Cuentan que en el tumulto El Cirujano alcanzó a knockear a cinco tipos. Quienes cuentan de ese gol juran haber estado ese día en la cancha haciendo una cruz en la boca.
Otros dicen que se trató de una jugada maradoniana, que cortó un ofensiva rival en campo propio, que empezó a avanzar esperando el desmarque de los compañeros, que gambeteó a varios jugadores, que entró al área rival y definió con un pique ante la salida del arquero. El equipo al que le convirtió difiere según las versiones. ¿Por qué nunca más intentó volver a gambetear así? Algunos dicen que lo intentó, que perdió la pelota y le costó un gol y que eso lo llevó a perder confianza y ser más prudente; otros dicen que se fue poniendo viejo y el cuerpo ya no le daba para intentar regatear.
Algunos afirman que fue en un amistoso de pretemporada contra Municipal Las Heras de Mendoza, partido que de amistoso no tuvo nada. Al parecer, el 7 de los mendocinos era un petiso rápido e inquieto como una avispa, y bastante jetón. Molnar no pudo pararlo en ningún tramo del partido, y cada vez que era pasado el petiso lo picudeaba. En el segundo tiempo, en un tiro libre a favor, El Cirujano vio que el 7 bajaba a defender y no dudó, se mandó al campo rival. Apenas estuvo seguro de que el árbitro no lo miraba, le tiró un codazo a la cara al delantero, que cayó atontado, y en el piso se dedicó a patearlo. La pelota, que erraba por el área sin que nadie pudiera conectarla, justo pasó a su lado y de un puntazo la mandó al fondo de la red. Aunque el juez convalidó el gol, ante los reclamos de los mendocinos, lo expulsó. Nadie recuerda el resultado final de ese encuentro.
En el marco de su último partido como profesional, una radio barrial —y de dudosa licencia— le consultó al ídolo sobre su historial goleador. Como suele pasar: la verdad es siempre menos atractiva que la fantasía. El gol que le adjudicaban contra Ferroviario fue del 10, que lo metió olímpico. Sí. Se los gritó con ganas a los rivales que inmediatamente le saltaron encima queriendo matarlo. Apenas tiró un par de golpes para luego ovillarse y tratar de cubrirse la cabeza con ambos brazos; y si no hubiera sido por el árbitro que hizo entrar a la policía para que frenaran la pelea de seguro hubiera terminado en el hospital.
Lo del gol maradoniano fue cierto, pero a medias. Fue contra Textil. Él se había ido expulsado varios minutos antes. El DT, para cuidar el resultado, sacó a un mediocampista y lo puso al Negro Molinari, un defensor cordobés, fiero y grandote. Él sí gambeteó a medio equipo rival y marcó ese gol de antología. ¿Por qué le adjudicaban inmerecidamente ese tanto? No lo sabía. Tal vez por la similitud de los apellidos, o porque los dos eran bien morochones y desde la tribuna, tal vez, se veían parecidos. Molinari estuvo en Defe apenas seis meses, se marchó a la liga de Río IV y nunca más se supo de él.
Lo del supuesto tanto a Municipal Las Heras se trataba de otra deformación de la memoria de los hinchas. Al 7 le veía cara conocida, muy pero muy conocida. Y cada vez que pasaba cerca suyo le preguntaba si había andado por tal o cual lugar, cosa que era imposible porque era oriundo de otra provincia, pero cuando le preguntó el apellido todo encajó: Convertini Gaitán. El pibe era su sobrino, el hijo de su prima Rosa, la mayor de la familia, que se casó con Roberto y se mudaron a Mendoza por laburo. ¿Discutir con él? Nada que ver. En cada pelota parada aprovechaba para preguntarle por la familia, que qué hacía Rosa, que cómo le iba a Roberto con el taller, que qué estaban estudiando sus hermanas y que le mandara cariños a toda la familia, que ojalá pudieran juntarse todos para Navidad. En la jugada del gol subió a cabecear. En el saltó chocó con su sobrino que cayó feo. Mientras lo ayudaba a incorporarse, un despeje rival le dio en la cara y la pelota quedó boyando en un mar de piernas desesperadas, hasta que en un nuevo intento de despeje un defensor de Municipal tuvo la mala fortuna de meterla en su propio arco. ¿Expulsión? ¡No! Si apenas terminado el partido cambió camiseta con el pibe.
Sí, una vez hizo un gol: un auténtico golazo. Lo hizo en un amistoso veraniego contra el plantel juvenil. Fue un despeje furioso en la mitad de cancha que agarró adelantado al arquerito y se metió en el medio del arco. Nadie sabía por qué tantos aseguran haberlo visto convertir un gol, si en aquella ocasión apenas si estaban mirando el técnico y el tipo que regaba la cancha.
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Cuando todos esperaban el pitazo que finalizara la primera parte, el 10 de Universitario recuperó la pelota en su mitad, con un taco se la pasó entre las piernas a un volante rival, y se la tiró a un zaguero que avanzó unos metros hasta encontrar a un compañero desmarcado. En la mitad de cancha, recostado sobre la izquierda, esperaba El Tanque Lucero. Apenas recibir se la tiró nuevamente al 10, que le devolvió una pared. Ante la marca del 8 de Defensores repitieron los movimientos con igual éxito. Tiki-Tiki y ¡Ole! Ante la marca del 4 lo mismo. Tiki-Tiki y ¡Ole! Repitieron la pared cinco veces hasta sacarse de encima igual número de rivales y llegar a zona de disparo. Allí los esperaba Molnar, quien no tenía ninguna intención de recuperar la pelota, sino de cortar la jugada. Tiki-Tiki y ¡Pum! ¿Con quién vas a hacer paredes, ¡gil!, si de una trompada le acabo de arrancar dos dientes al 10? Lucero alcanzó a dominar la pelota que le devolvió su compañero antes de caer vencido, y con tres dedos sacó un tiro raso que tocó el palo izquierdo y salió. Ambas hinchadas aplaudieron.
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Hoy pocos se acuerdan de León “El Rayo” Rubín. A él también El Cirujano le amputó la carrera.
Don Rubín fue en los setenta un dirigente de Partido Comunista Argentino. Como muchos militantes de agrupaciones de izquierda, cuando los milicos llegaron al poder, tuvo que rajarse con la familia, llevándose a su pequeño hijo León.
La familia se estableció en Vladivostok, en la costa Pacífica de Rusia, por entonces parte de la URSS. Mientras Rubín padre trabajaba en el puerto, Rubín hijo daba sus primeros pasos en las divisiones menores del Luch Energiya, el equipo más grande de la ciudad y que penaba en la Tercera Categoría de la División Oriental del torneo soviético. El chico debutó en primera con 15 años en la última fecha del campeonato, cuando su equipo no se jugaba nada. En el borde de la cancha, mientras esperaba que el jugador saliente se acercara, el técnico le dijo: Vaya, pibe, juegue como usted sabe... Y si puede, tire un caño. Ingresó faltando 15 minutos, tiempo que le alcanzó para marcar un gol, estrellar dos tiros en los palos y servir una asistencia a un compañero.
Para el año siguiente llegó la consolidación como jugador: 23 goles en 16 partidos y el ascenso del Luch, convocatoria al seleccionado Sub-17 de la URSS, campeonato continental de selecciones, goleador y mejor jugador del torneo.
La Segunda División Soviética le alcanzó para brillar y apenas poder salvar a su equipo que no estaba preparado para la exigencia de la categoría. Marcó 32 goles en 28 encuentros. Sus buenas actuaciones en la División le valieron el pase al Spartak de Moscú, un grande de la máxima competencia del país. En su primer año allí marcó un récord de efectividad: 56 goles en 34 partidos. Fue entonces que la prensa lo apodó El Rayo.
Por entonces pasaban muchas cosas en el mundo, y las fronteras se redibujaban a cada rato. La URSS se desmembró en más de una docena de países, y León Rubín podía elegir para cuál jugar. Él era nacido en Buenos Aires, capital de la lejana Argentina, y escogió representar a ese país del que apenas recordaba su idioma, y donde era un completo desconocido.
Por entonces a la Selección Argentina la dirigía “el Tano” Luis di Pietro. El DT sostenía que el fútbol del Interior, a diferencia del de la Capital, estaba varias décadas atrasado y que difícilmente un jugador formado en un club que no fuera de Buenos Aires pudiera competir profesionalmente. Sus dichos y su accionar (durante el proceso sólo convocó a jugadores nacidos en Buenos Aires) generaron un ambiente de tensión, no sólo futbolística, al mejor estilo Unitarios y Federales. Los clubes porteños y bonaerenses de Primera División liberaron a sus jugadores del Interior y los del Interior hicieron lo mismo con sus profesionales nacidos en la Capital; Entre Ríos quiso anexarse a Uruguay, San Juan y Mendoza a Chile, y Tierra del Fuego intentó independizarse.
Argentina clasificó al Mundial dando lástima y con varios arbitrajes dudosos.
Cuando el mundo futbolístico se enteró del pase de León Rubín —otrora jugador soviético y ahora autoproclamado ante la prensa como argentino— al Real Madrid por 12 millones de dólares, todo un récord de entonces, la Asociación del Fútbol Argentino vio la posibilidad de contar con la magia de un futbolista increíble y de apaciguar los ánimos.
Antes de viajar al Mundial, como despedida de la gente, el conjunto de la Capital que representaría a Argentina jugaría un amistoso en el Estadio Monumental ante un combinado del Interior. La convocatoria se armó por una encuesta realizada por el diario El Federal, donde instaban a los lectores a elegir un jugador por provincia. De San Luis, más famoso por su brutalidad que por sus condiciones deportivas, se escogió a Óscar Vicente Molnar.
El día del partido el estadio estuvo repleto. Quienes hinchaban por el combinado de jugadores nacidos en la Capital lucían banderas con rostros de próceres como Rivadavia, Sarmiento y Laprida y cantaban: Qué alegría, qué alegría, qué lindo la familia unida, los agarramos a la salida, y Barranca Yaco para todos". Los del Interior llevaron banderas color punzó que rezaban: ¡Mueran todos los enemigos de nuestro amado Restaurador degollados como carneros! ¡Qué viva la Mazorca!
Poco importaba el resultado, que era un monólogo de los dirigidos por di Pietro, desde las tribunas se dedicaban a aplaudir a los propios e insultar y escupir a los ajenos. Sólo se salvaba el talento de Rubín, al cual nadie quedaba indiferente y era celebrado por ambas hinchadas. Si el partido hasta el minuto 80 permanecía sólo 3 a 0 era por la brillante actuación del arquero formoseño. La gente deliraba con cada pelota que pasaba por los pies de Rubín, y ya se imaginaban todos celebrando juntos la Copa Mundial sin esas rivalidades absurdas entre provincias. En ese momento le tocó entrar al jugador de San Luis. En su primera jugada, El Rayo le tiró un caño y se la llevó hasta el banderín del córner; ahí le hizo dos fantasías y, cuál acróbata de circo, se llevó la pelota a la cabeza donde la retuvo sin dejar que cayera. Las hinchadas se pusieron de pie para ovacionar al delantero… pero ese bramido también entusiasmó a Molnar. Mientras el delantero todavía mantenía la pelota en las alturas, le tiró un guadañazo barriendo ambos tobillos. Se levantó veloz y de un puntazo quiso despejar el balón que caía, con tanta mala fortuna que éste le rebotó en la cara al rival caído.
El informe médico de Rubín decía: rotura de ligamentos de ambos tobillos. Nunca se repuso de las múltiples operaciones. Cuentan que años después lo vieron arreando bolsas en el puerto de Vladivostok.
Ya todos han gastado fortunas en terapia tratando de olvidar el fracaso del Mundial ‘94. Argentina se volvió en Primera Ronda. Empató con Yemen, perdió con Luxemburgo y fue bailada por Burundi, equipo revelación del torneo.
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Iban 5 de la segunda etapa cuando un despeje del Uni llegó por lo alto hasta el área grande. El Tanque aguantó de espaldas. Molnar lo esperó el pié levantado a la altura de los tobillos. Cuando la pelota le bajaba, Lucero intentó la chilena. El disparo se le fue apenas alto. El Cirujano no sólo había errado el golpe, sino que tuvo que soportar todo el peso del rival en su caída.
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La Sandrita era una petisa culona, de sonrisa pícara, que trabajaba en la agencia de quiniela del padre.
Oscar la conoció un día en el que entró a pedir cambio para el colectivo. Fue sólo verla y enfermarse de amor. A fuerza de insistirle durante semanas consiguió que la morocha accediera a tomar un helado en la plaza. A esa salida le siguieron otras, y finalmente un día ella se lo presentó al padre. A don Antonio, que sólo veía futbol europeo por televisión, no le molestaba el sueldo de deportista amateur de Oscar, sino su fama de tipo violento en la cancha. Pero meses después, al ver que los sábados rompía piernas y arrancaba camisetas de ásperos delanteros y los domingos paseaba de la mano e iba al cine con la nena, terminó aceptándolo. Dos años después pusieron fecha de casamiento: el primer sábado de julio. Todos en el club colaboraron en la preparación de la fiesta, incluso la hinchada organizó rifas para recaudar fondos, y algunos barrabravas se ofrecieron como mozos para el evento. Nadie quería perderse la fiesta del ídolo.
El buen clima y el compañerismo reinante en los vestuarios se reflejó en una buena campaña de Defensores. A fines de mayo, cuando el campeonato terminó, el club estaba tercero y con derecho a jugar la liguilla de ascenso al campeonato nacional. Un sábado de junio empataron a cero con Sportivo Vitivinícola de San Rafael, y tres días más tarde le ganaron 3 a 1 de local. Aunque era un resultado inesperado, nadie, ni el más optimista, se animaba a soñar con el ascenso. Una semana más tarde le ganaron de visitante a Municipal de San Juan y empataron de local. Algunos hinchas comenzaban a abrir grande los ojos. Cuando luego de dos empates a cero Defensores le ganó por penales a Gimnasia de La Rioja —Molnar tiró el suyo afuera— los hinchas peregrinaron a Villa de La Quebrada para hacerle promesas al santo. El verdadero revuelo se armó cuando en la semifinal, luego de perder 2 a 1 como visitante con Huracán de Winifreda, La Pampa, en la vuelta le ganaron 4 a 0. La final se jugaría el domingo siguiente, contra Patriotas de Mendoza, la mañana después del casamiento de Oscar y Sandrita.
Por más que la pareja intentó posponer la celebración una semana, no hubo forma. Se hacía en la fecha ya firmada o se perdía lo pagado. El club no tenía fondos para hacerse cargo de una segunda fiesta, por lo que el preparador físico tuvo la solución. Durante esa semana los jugadores debían acomodar los horarios de sueño, dormir durante la tarde y estar despiertos en horas de la noche, la mañana y acostarse al mediodía. El día de la fiesta, mientras los invitados comían lechón y asado con cuero, el plantel ingeriría tallarines con manteca, apenas se les permitiría una copita de vino a la hora de brindar por los novios, durante el baile los jugadores realizarían una coreografía con movimientos precompetitivos, y a las 8 de la mañana todos juntos se tomarían la línea E, que justo pasaba por la puerta del salón.
Durante la semana nadie del plantel pudo dormir más que unas pocas horas. En la fiesta apenas si probaron bocado. Los nervios por la final habían hecho estragos en los muchachos.
Pero llegó la hora del brindis, y la copa que chocaron y bebieron a salud del rudo zaguero y de su esposa se sintió muy bien y relajante. Fue entonces que el DT aprovechó para reunirlos y darles la charla técnica. Brindaron por la final. Se armó el baile y después del carnaval carioca el presidente del club creyó oportuno arengarlos: háganlo por el viejo, que se deslomó laburando toda su vida para poder comprarles sus primeros botines, un aplauso para el viejo y brindis por él; háganlo por la vieja, que cuando regresaban con las rodillas todas raspadas del campito, ella los limpiaba, les echaba mertiolate y no dormía en toda la noche para controlar que no les subiera la fiebre, un aplauso para la vieja y brindis por ella... ¡Vamos! ¡Tomen con ganas! Háganlo también por los hinchas, por aquellos que perdieron el presentismo en la fábrica para acompañarnos en los viajes persiguiendo el sueño del ascenso, un aplauso para los hinchas y brindis por ellos... ¡Fondo blanco! ¡Vamos! Háganlo por don Eulogio Soriano, mi abuelo, fundador y primer presidente del club, que fundó un club de futbol para sacar a los pibes de la calle, para que hicieran deporte, para que todas las tardes pudieran tomar un mate cocido caliente con un pedazo de pan, y para que en épocas electorales el partido tuviera pibes que panfletearan y pintaran... aplauso para el abuelo, brindis por él y ¡viva Perón, carajo! Que los conozco de chiquitos, los padres de muchos de ustedes fueron jugadores de Defe, si todavía me parece verlos correteando detrás de una pelota desgajada mientras sus viejos entrenaban con la Primera... ¡Pucha! ¿Será la edad? Me emociono fácil. Mírense ahora... convertidos en los tipos que le darán el primer ascenso a nuestro humilde club... que los quiero mucho, son como los hijos que no tuve, o como los que mi ex no me dejó ver porque no le pasaba la cuota alimentaria... ¡Brindo por la zorra de mi ex! ¡Háganlo por ella! ¡Salú!
A la hora pactada partieron todos al estadio, jugadores, cuerpo técnico, dirigentes, familiares invitados y barras.
La Federación hizo todo lo posible para tapar el escándalo, diciéndole a la prensa que Defensores no se había presentado a jugar porque, en caso de un posible ascenso, el club no poseía una infraestructura para afrontar las exigencias de una categoría mayor. Pero la verdad fue otra, y sólo la saben aquellos que estuvieron presentes y que por vergüenza no podrán contársela a nadie.
Cuando se dio la orden para que los equipos salieran al campo, los de Defe salieron haciendo trencito, portando pelucas, gorros de cotillón, antifaces y guirnaldas. El Cirujano, que portaba la cinta para la ocasión ya que el capitán oficial se había quedado durmiendo en el vestuario, saludó a la terna y a su par de Patriotas, entregó el banderín de Defensores y unos confites de souvenir.
Cuando el árbitro se percató del estado de ebriedad del conjunto puntano dio la orden de suspender el encuentro. Mientras Molnar trataba de disimular su dicción pastosa, la falta de equilibrio y le pedía explicaciones, y el arquero vomitaba junto al palo, los hinchas de Defensores, comandados por don Antonio, empezaron a invadir el campo de juego para castigar al referí. No hace falta dar más detalles: se armó terrible batahola. El que mejor la pasó fue el gringo grandote que jugaba de 5 para Patriotas, que además de lograr el ascenso se ganó a una prima de Sandrita, la misma que horas antes había agarrado el ramo.
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A los 20 del tiempo complementario, tras una jugada en que Defensores desperdició dos oportunidades increíbles, Universitario metió una contra comandada por su ídolo. Dio una serie de volteretas en su campo buscando espacio y el desmarque de sus compañeros. Cruzó la línea media, amagó la descarga y pasó entre dos rivales. Avanzó unos metros más, chocó con el 5 sin que éste pudiera desestabilizarlo, amagó otro pase y continuó. En la entrada del área lo esperaban cuatro rivales, uno de ellos Molnar que olía la sangre del delantero y se excitaba. Dejó que buscara espacio entre sus compañeros, midió la trayectoria de sus piernas, y cuando intentó pasar le tiró un puntapié furioso teledirigido a sus canillas. Lo que nunca esperó fue que el 5 propio se repusiera y se hubiera lanzado en plancha para cortar al 9 rival. El pobre volante central recibió la patada en su entrepierna. Afortunadamente El Tanque Lucero lanzó un tiro suave a las manos del arquero.
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En 2003 llegó a los medios nacionales el padecimiento de Laurita, una niña de la ciudad que sufría una rara enfermedad degenerativa y que necesitaba una operación en el extranjero casi imposible de costear. Varios artistas hicieron campaña solidaria para pedir donaciones. Algunas celebridades organizaron un partido a beneficio. Una empresa de celulares donó algo de dinero y ofreció para el partido al jugador que era su imagen publicitaria: el brasileño Jorginho, ganador de las últimas dos ediciones del Balón de Oro. Vicente Molnar fue invitado a participar por ser el jugador más convocante del medio local.
El día del encuentro el Estadio Provincial estaba repleto, nunca sabremos si con verdadera vocación solidaria, o si fue por las personalidades que jugarían.
Apenas las estrellas salieron al campo, la voz del estadio anunció que el brasileño había donado el monto necesario para la operación, y que lo recaudado sería destinado a montar merenderos y escuelitas de fútbol en toda la provincia. El estadio aplaudía de pie al jugador de Bayern Munich. El Intendente, que estaba de campaña, aprovechó para entregarle una plaqueta declarándolo Ciudadano Ilustre.
Durante la primera parte del partido los arqueros se dejaron hacer todo tipo de goles vistosos. Jorginho había metido uno de chilena, uno de taco y otro de rabona.
En el complemento se produjeron varios cambios para que pudieran mostrarse otras figuras invitadas, entre ellos el cantante cuartetero Tapita Rodríguez y “El Cirujano” Molnar. Jorginho quiso salir, pero la ovación de las tribunas lo obligó a continuar.
A los 5 minutos de ese tiempo, el brasileño pisó el área grande, con el taco se la pasó a Molnar entre las piernas y luego, de rabona, hizo lo mismo entre las piernas del arquero. Lo celebró señalando al jugador puntano, como diciéndole a la gente que no lo hubiera podido hacer sin la complicidad del rival.
A los 30 minutos Jorginho recibió contra el banderín del córner, hizo unos jueguitos, le tiró un sombrero al tosco y lento zaguero local, antes de volver a dominar la pelota, le tiró un beso a las hinchadas y de emboquillada sacó un centro preciso que el frentazo del actor de las novelas de moda convirtió en gol.
Promediaban los 40 minutos. Molnar no había podido frenar a nadie, notaba la abismal diferencia física entre los jugadores de la máxima categoría argentina, y ni hablar con la del delantero del Bayern Munich, al cual su lentitud le permitía brillar. El delantero carioca recibió una bocha larga que dominó con el muslo, apenas pisar el área cambió la pelota de pie a pie, y mientras el zaguero pasaba de largo, le tiró un caño a la pasada y definió con una vaselina. Durante la celebración el brasileño le dijo tudo bem, tudo legal. El pobre puntano, que no hablaba ni jota de portugués, no sabía si la máxima estrella mundial le reconocía el esfuerzo o lo estaba gastando. Ya se había lucido demasiado, era hora de darle a la hinchada aquello por lo que él era tan querido.
En la siguiente pelota parada, que fue un saque del medio tras un gol que el arquero rival se permitió hacer por El Tapita Rodríguez, El Cirujano corriendo como una lenta locomotora oxidada se le arrimó a Jorginho, lo midió y sin que éste lo hubiese notado, se le tiró con los pies para adelante. No quiso hacerle el daño que le hizo, sólo quería algo de aplausos, de que el rigor de sus tapones embraveciera a la hinchada, y que ésta le recordará al brasileño que en territorio argentino no se jode, que acá mandan los patrones, que andá a tirar caños a Río de Janeiro, la puta que te parió, y que cuando el brasileño estuviera tirado en el piso reclamando roja él se levantara cuál padre defensor de la patria.
Por suerte el equipo alemán contaba en sus filas con el juvenil Karl Koller, hoy Leyenda Mundial, que ante la lesión de la estrella, se consolidó como titular y ayudó al equipo a conseguir la Champions League. Al volver de la lesión Jorginho nunca recuperó su nivel anterior, y terminó su carrera jugando en ligas de Medio Oriente.
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38 minutos de la etapa final. Le quedan apenas 7 como jugador de futbol, 7 minutos para mostrar su poco talento y mucha brutalidad, 7 minutos para contentar a toda esa gente que le pide que lesione al delantero rival. Piensa si acaso, como si fuera una película con final feliz, no debería ver minutos antes del final los puntos más altos de su carrera deportiva y en el instante final, con su último aliento, tirar el golpe ganador, el golpe que asegure el milagro como en las películas de Van Damme, o las de Karate Kid.
El 5 de Universitario cruzó la mitad de cancha guapeando a pura gambeta y descargó con Lucero que recibió de espaldas en la puerta del área grande. La pisó. Giró. Vio a Molnar que lo esperaba con los ojos cerrados, y la tiró corta para el 11 que entrando como un rayo por la izquierda, reventara el travesaño con un zapatazo. Volvió a mirar al zaguero que tiraba al aire la patada de la grulla del Señor Miyagi. Nadie entendió qué quiso hacer El Cirujano.
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Molnar ya era toda una leyenda de la liga puntana. Antes de comenzar los partidos los árbitros se sacaban fotos con él y los delanteros humildemente le pedían que si tenía que golpearlos, que por favor, tratara de no lastimarlos.
Defensores estaba haciendo una temporada discreta, con igual cantidad de victorias que de derrotas, cuando se empezó a rumorear que había un jugador más violento que El Cirujano. El Tuta Heredia era un correntino que jugaba para Sportivo Los Eucaliptus. Quienes lo habían visto contaban que medía dos metros, y que tenía una cicatriz que le recorría la cara de punta a punta que le daba un aspecto de asesino serial. Nunca se había visto pegar con tan poco disimulo, y tan impunemente. Los árbitros le tenían miedo. Atendía a los delanteros rivales por turnos y metódicamente: puntita a la canilla, zancadilla, taponazo, paralítica, codazo, piña en la boca del estomago.
La existencia de una nueva estrella en la liga repercutió negativamente en la venta de entradas de Defensores: de a poco los hinchas perdían el interés por ver jugar —pegar— al Cirujano y empezaban a seguir la campaña de Los Eucaliptus que estaban clavados en el fondo de la tabla. Y como si fuera poco, para terminar de darle aire de celebridad, el correntino empezó a salir con La Tana Scarpinni, una morocha pulposa que años antes fue Miss Argentina, y de la que se decía era la mujer más linda de San Luis. Los medios locales gastaban papel y horas de aire opinando sobre qué pasaría en dos fechascuando Defensores recibiera a Los Eucaliptus; sobre quién era mejor, Molnar o Heredia; sobre quién lesionaría a quién.
En la fecha previa Tuta Heredia, aunque su equipo se comió 5 goles y baile, lesionó a tres rivales, mandando a uno inconsciente al hospital. Un par de gritos y empujones alcanzaron para intimidar al árbitro y ser declarado inocente. Por su parte El Cirujano se cansó de tirar patadas voladoras sin ser sancionado, ni siquiera cuando le dejó los tapones marcados en la espalda al enganche rival. Los árbitros también habían apostado para el cruce de zagueros, y protegían sus inversiones.
Sandrita, preocupada por las consecuencias que pudiera tener el choque sobre el físico de su marido, le suplicó a Oscar que se hiciera el enfermo para no jugarlo. También se lo pidió al técnico. Ante ambas negativas, la noche previa al encuentro le sirvió en la cena un plato de sopa con un frasco de laxantes diluidos. Ante la noticia mañanera de los cólicos del zaguero de Defensores, el propio presidente de la Federación se presentó en la casa de la familia Molnar con un equipo de médicos, pastillas de carbono y hasta pañales para adultos.
Para el inicio del partido el estadio estaba repleto como si se tratara de una final, había hasta un helicóptero sanitario por si había que trasladar a alguna de las dos estrellas.
Los Eucaliptus ganó el saque. Apenas sonó el pitazo de inicio los delanteros se la tiraron al Tuta Heredia, que lentamente comenzó a avanzar con la pelota en los pies. Desde el fondo de la cancha llegó corriendo ya casi sin aire el 6 de Defensores. El correntino la pasó, e inmediatamente sintió los tapones del rival en un muslo. Todos vieron su cara de dolor, pero con hidalguía evitó caerse, insultó al rival y lo escupió a la pasada. Promediando el primer tiempo el equipo visitante ganó un tiro de esquina. Echaron el centro al área, y cuando El Cirujano saltó para despejar, un planchazo al pecho del gigante Heredia lo metió dentro del arco. Cuentan que mientras boqueaba intentando recuperar el aire, difamó a toda la familia del Tuta.
La primera mitad terminó con la ventaja mínima para el conjunto local.
Apenas comenzado el segundo tiempo Defensores ganó un tiro libre cerca del arco contrario. El 3, único zurdo del equipo, lo tiró pasado para que, entrando por detrás de todo el tumulto, apareciera el 11 y metiera el segundo de su equipo. Para la jugada Molnar había llegado hasta el área grande, y cuando el centro lo pasó, se tiró en palomita como Superman, puño extendido en alto, y se lo estampó en la mejilla al gigante de Los Eucaliptos, provocándole sangre. Sobre el final del encuentro, cuando el partido estaba 3 a 0, en un nuevo tiro de esquina el Tuta Heredia volvió a subir. Mientras El Cirujano daba indicaciones a sus compañeros sobre a quiénes tomar, el correntino no esperó a que el árbitro diera la orden de ejecutar el córner, y con un cross a la mandíbula atendió a su par. Aunque se levantó del golpe, quedó groggy, errando y tambaleándose por los minutos que le quedaban al partido.
El resultado decía que Defensores le había ganado fácil a Los Eucaliptos, y aunque los jugadores insignias de ambos conjuntos habían podido terminar el encuentro, en la cancha quedó la sensación que en el duelo de violentos había ganado Tuta Heredia. Sensación que duró apenas unos días.
A mitad de semana el diario local publicó en su tapa una foto de La Tana Scarpinni saliendo de un telo con otro jugador de Los Eucaliptos. El gigante no se bancó las gastadas de las hinchadas rivales. Abandonó su equipo, la ciudad y también el fútbol.
El Cirujano Molnar seguía siendo el más áspero de la liga puntana… al menos él no abandonó.
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El árbitro marcó dos minutos de tiempo de adición. Ambas hinchadas estaban decepcionadas; aunque el encuentro había tenido intensidad y varias jugadas de gol, los ídolos de ambos equipos no habían entregado lo que se esperaba de ellos.
El técnico de Universitario metió un cambio. Sacó al 7 y puso a un juvenil, del que se decía que tenía futuro europeo y de selección, que se ubicó por la derecha. Apenas la recibió gambeteó a dos rivales y la llevó hasta la línea de fondo. El pibe jugaba bárbaro pero no daba pases. Molnar dudó si continuar marcando al Tanque Lucero, o irse con el nuevo. Dejarle una cicatriz de sus tapones a la próxima estrella del fútbol puntano no le parecía una mala despedida. Medio plantel de Defensores arrinconaba contra el banderín del córner al chico que continuaba sin soltarla. En eso el 9 de Universitario le murmuró al oído: Vos disimulá. Disimular qué, pensó El Cirujano. De repente, en medio de un mar de piernas que intentaban robársela al pibe nuevo, o pegarle un cortito a las canillas, desde ese rincón llegó flotando la pelota como en cámara lenta. En un golpe de vista Molnar buscó a su marca para decidir cómo golpearlo. ¡No estaba! ¿Cómo lesionar a alguien que no se sabe dónde está?
Escuchó a su hinchada que celebraba. La miró como pidiéndole explicaciones. Luego escuchó el pitazo del árbitro que corría hacia él enseñándole la roja. El Tanque Lucero yacía en el suelo tomándose la cara. Mientras, a pedido del propio referí le autografiaba la tarjeta, trataba de explicarle que no lo había tocado, que lo estaba expulsando injustamente, que por primera vez en muchos años era inocente. Después de discutir muchos minutos, se retiró protestando mientras desde los tablones todos los hinchas de Defe coreaban su nombre. Cuando la camilla que retiraba al Tanque Lucero pasó por su lado, le pareció que éste le guiñaba un ojo. El pibe recién ingresado acomodó la pelota en el punto del penal.
¿Qué importa si ese penal entró o no? Esta es la historia de Oscar Vicente “El Cirujano” Molnar, quien en su agencia de quiniela jamás vendió un billete ganador.


jueves, 16 de noviembre de 2017

Danza

Va poema sobre algunas ideas que hace tiempo me rondaban en la cabeza. Espero les guste.


esa noche bailamos desnudos
frente a la fogata más bella que hubiera existido
y que nosotros hicimos en el comedor

no esperábamos nada uno del otro
no hacíamos juicios
no nos preocupábamos por definir
esas sombras tan perfectas
que se enredaban en el revoque
imperfecto de la pared
y esa superficie imperfecta
fue la que hizo que la música
nos entregara un ritmo
que habíamos imaginado
mil años antes.

esa fue la última vez
que bailamos

hay noches y sonidos
que durarán por siempre...
noches que hemos recorrido,
y hay también
melodías que soñaré
bailar de nuevo
y ponerle letra a nuestra canción.